TRIÁNGULO DORADO: CENA CON POLICÍAS
sábado, 30 de enero de 2021
TRIÁNGULO DORADO: CENA CON POLICÍAS
 

 

 

Ernesto había tenido malas experiencias con la Policía Municipal. Una vez iba saliendo de una cantina con varios amigos cuando se toparon con una patrulla de la que bajaron dos uniformados que intentaron subirlos sin ninguna explicación. Ernesto defendió a su grupo: no estaban bebiendo en la vía pública, no llevaban ningún vaso o botella con alcohol, no estaban causando problemas.

 

 

A los policías no les importó. Ernesto tuvo que decir que era abogado y aventarse un largo discurso sobre los derechos del ciudadano para que los municipales, muy a regañadientes, los dejaran ir.

 

 

En otra ocasión que se fue caminando del trabajo a su casa una patrulla se le emparejó y un municipal, después de preguntarle de dónde venía y adónde iba, lo puso de espaldas contra la unidad, le revisó su cartera y le robó un billete de 500 pesos.

 

 

Es por eso que cada vez que veía a un policía municipal sentía repulsión. Pero esa noche sintió algo más: temor.

 

 

Había salido a cenar con su novia, su hermano y su mamá. Estaban en un restaurante por el rumbo del Centro de Ciencias. El local tenía mesas en la banqueta. Ya habían ordenado y les habían traído los refrescos y colocado salsas en la mesa cuando Ernesto vio una camioneta de la Municipal estacionarse junto a la cenaduría.

 

 

Los policías se quedaron observando el interior del local durante un par de minutos antes de apagar el motor. Se bajaron llevando cada uno un rifle AR 15 en la mano. Los que ya estaban comiendo se quedaron con la cuchara a medias entre la boca y el plato. Los que ya habían terminado pidieron la cuenta, pagaron y se retiraron. Si Ernesto hubiera ido solo habría cancelado el pedido.

 

 

Los uniformados se sentaron junto a una pareja en las mesas de la banqueta. La pareja repentinamente dejó de hablar.  Comían concentrados en el plato. Se lanzaban miradas entre ellos pero no decían nada. Uno de los policías colocó su arma sobre sus piernas. El otro la mantuvo todo el tiempo en su mano derecha. La mesera se acercó a ellos y les tomó la orden.

 

 

Ernesto pensó en todos los enemigos que ese par de policías habría acumulado desde su ingreso a la corporación. Pensó en todos los pequeños grupos armados que ahora pululaban en la ciudad sin nadie que los controlara. En todas las balaceras que se registraban a diario.

 

 

Se puso a observar los autos que pasaban por la calle. Del lado de Universitarios habían varias camionetas con los vidrios polarizados esperando el cambio del semáforo en la calzada de las Américas. Otros autos venían desde C.U. a velocidad normal. Uno solo avanzaba sospechosamente despacio. Se trataba de un mustang verde con dos tipos con cachucha en el interior. Al pasar junto a la cenaduría redujeron aún más la velocidad y miraron hacia el interior del local. Se perdieron cuadras más adelante.

 

 

Pero entonces se puso el verde para los autos que venían de Las Américas en dirección a Villa Universidad y aunque la mayoría siguió derecho, algunos dieron la vuelta a la izquierda y pasaron por el restaurante sin novedad.

 

 

La mesera se acercó con los platos en la mano. Ernesto intentó comer tranquilo. Pensando que nada iba a pasar. Su mamá y su novia hablaban del clima, del calor en pleno diciembre, de las lluvias que se pronosticaban para fin de año. Los policías apenas cruzaban palabra entre ellos. Ernesto los miraba de reojo. Uno de los municipales se dio cuenta y desde entonces también lo observaba. Colocó el AR-15 sobre la mesa. Le dijo algo a su compañero. El otro comenzó a observarlo también.

 

 

En la calle pasaban varios autos junto a la patrulla. Los policías vieron pasar una camioneta dodge, una escalade, una ford vieja, de nuevo el mustang verde. Un regetón salió con estruendo de una bocina. Una voz en el radio de la patrulla empezó a hablar en códigos. Ernesto apuró su plato y pidió la cuenta para sorpresa de su familia que aún no terminaba de comer.

 

 

En el cruce de Universitarios y Américas un auto se pasó el semáforo en rojo y otros tuvieron que frenar de golpe. Bocinazos. Seguramente mentadas que no se escucharon en el restaurante. Uno de los municipales sacó su cartera, dejó en la mesa un billete de 200 pesos y se levantó. La AR-15 apuntando hacia su mesa. Un AR 15 alcanza 30 disparos por minutos.

 

 

“Los levantaron unos municipales”, recordó el encabezado de una nota en el periódico. Apúrense, les ordenó a todos en la mesa. Los policías pasaron por su lado, se subieron a la patrulla y arrancaron. La mesera trajo la cuenta y Ernesto se quedó con la comanda en la mano. Qué te pasa, le preguntó su hermano. Nada, respondió, coman tranquilos.

 

 

Por Daser. 


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