Por la libertad de prensa, por la verdad que incomoda.
Jorge González Valdez, periodista campechano con más de medio siglo de experiencia, no fue silenciado por dictaduras, conflictos armados ni censura internacional. Fue silenciado en su propio estado, por el gobierno de Layda Sansores. Y no con argumentos o debates, sino con patrullas, carpetas judiciales y una mordaza institucional.
Desde el 9 de abril de 2025, González Valdez enfrenta un proceso por “incitación al odio”. Lo detuvieron con violencia y lo mantuvieron 36 horas arrestado sin orden judicial, y ahora, con vigilancia constante y restricciones para ejercer su profesión, vive bajo lo que él llama “una reclusión domiciliaria disfrazada”.
¿Qué crimen cometió este periodista de 71 años? Opinar. Denunciar. Preguntar por qué hay desempleo, por qué se hunde Ciudad del Carmen, por qué no se pagan deudas a proveedores. Lo hizo desde su programa Expediente y no desde una oficina de dirección, pues lleva siete años jubilado de Tribuna, el medio que también fue blanco de los señalamientos oficiales.
La sentencia combina una sanción económica, restricciones laborales —prohibición de ejercer el periodismo por 2 años—, acciones judiciales sobre su patrimonio —embargo de su casa para garantizar el pago de 2 millones de pesos— y vigilancia policial, con el propósito, según denuncian defensores de la libre expresión, de silenciar una voz crítica en Campeche.
La historia de Jorge es la historia de muchos comunicadores en México. Porque mientras se firma el discurso de “no censura” desde los estrados políticos, en los hechos se acosa, se espía, se encarcela, y se exilia a quienes incomodan con un micrófono o una columna.
El mensaje que se intenta enviar es claro: si te metes con el poder, prepárate para pagar. Pero hay algo más poderoso que las amenazas: el periodismo que no se doblega. Jorge lo dijo mejor que nadie: “Moriré siendo periodista. Eso nadie me lo quita”.
Y tiene razón. Porque perseguir periodistas no borra los hechos. Los hace más evidentes. Y la historia —aunque quieran censurarla— siempre encuentra quién la escriba.