Editorial
El primero de septiembre no fue un día cualquiera para México. A la par del Informe de Gobierno de Claudia Sheinbaum, el país presenció la instalación formal del nuevo Poder Judicial, un hecho inédito tras la reforma que convirtió a los ministros de la Suprema Corte en funcionarios electos por voto popular.
La mañana arrancó en Cuicuilco, donde se llevó a cabo un ritual de “purificación” de las oficinas de la Corte y la consagración de los bastones de mando. Ahí, Hugo Aguilar Ortiz, presidente electo de la SCJN, habló de un inicio “espiritual” para la nueva etapa judicial, acompañado por representantes de comunidades indígenas. El acto generó polémica: para unos fue un gesto de reconocimiento cultural, para otros un espectáculo forzado que usó tradiciones sin contexto.
Por la tarde, el Zócalo capitalino fue el escenario de la entrega pública de los bastones de mando a los ministros electos. El mensaje fue claro: la nueva Corte se presenta como distinta, dispuesta a servir al pueblo más allá del poder y el dinero. Sin embargo, el contraste con el ambiente político y partidista que rodea al nuevo tribunal deja dudas sobre cuánto de este simbolismo podrá materializarse en decisiones judiciales imparciales.
La jornada cerró en el Senado de la República, donde más de 800 nuevos integrantes del Poder Judicial rindieron protesta. La sesión, que se prolongó hasta la medianoche, marcó formalmente la entrada en funciones de jueces, magistrados y ministros, sellando así la transición a un modelo de justicia “electa” que ya despierta tanto expectativas como recelos.
En los discursos predominó la idea de “cercanía con el pueblo”, pero también flotó la pregunta inevitable: ¿puede un tribunal nacido en la arena electoral garantizar autonomía frente al poder político que impulsó su origen?
El primero de septiembre quedará registrado como una jornada de símbolos y rituales: bastones, purificaciones, discursos y juramentos. Falta por ver si esos gestos alcanzan para dar sustancia a una reforma que pretende democratizar la justicia, pero que podría terminar subordinándola al vaivén del poder.